Viaje a Vitoria 2.0.

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También Anabel Romero ha querido regalarnos su testimonio y experiencia en Vitoria. Así nos lo cuenta:

«La prisa se olvida tras la primera carcajada en un coche con música. En carretera los únicos grises que se avistan pertenecen a los coches de conductores con muy mal gusto y, entre golosinas y chocolate, el mundo se torna un pelín más dulce. Cuando los juegos impregnan las mentes adultas el tiempo se vuelve relativo y nos permite volver a ser unos niños emocionados por conocer un sitio nuevo.

Vitoria se presentó ante nosotros bajo las luces de las farolas y adornada por los comercios que le dotaban de una bella modestia. Sin embargo, caprichosa ella, solo nos dio las buenas noches para encaminarnos al encuentro de las encantadoras personas que habitan sus casas.

En nuestra primera parada, logramos conocer no menos de dos comunidades que nos ofrecieron un cómodo lugar donde dormir y una sabrosa comida con la que combatir todos los caramelos que habían sido nuestro sustento horas atrás. No puedo decir que recuerde cada nombre, sin embargo, rememoro todas y cada una de las sonrisas que alumbraban el rostro al ver a quince niñas con ganas de conocer historias dejadas atrás en el tiempo. Finalmente le dijimos adiós al día entre palabras prohibidas.

Nuestro segundo día tornó más interesante si cabe. Vitoria, bajo los colores del otoño nos enseñó todos y cada uno de los lugares que habían sido construidos junto a los sueños de personas que habían pateado esas aceras demasiados años atrás. Durante un breve instante convivimos con aquellos individuos que, a la salida del culto en la catedral, se quedaban mirando sus paredes a la espera que estas les contase todo lo que ella había visto durante sus siglos de vida.

Cuando la noche quiso poner un pie sobre el cielo, conocimos las historias de un pequeño grupo de sanadoras de problemas y enfermas de alegría. Personas capaces de afrontar la vida con una sonrisa con el fin de sacar una carcajada al más próximo. Personas enamoradas de la vida de aquellos a los que solo logran en sueño amarla.

Nuestro tercer día también cargaba el testimonio de amor. Y aunque las joyas se hacen esperar esta relució como si hubiese sido pulida por el más hábil orfebre. Con solo su palabra logró alumbrar unos corazones que se habían teñido de negro meses atrás.

Sin embargo, como una hoja sujeta al apéndice de la rama sabiendo que se acerca el final tuvimos que soltarnos de su tierno abrazo para mecernos alegremente hasta nuestra próxima aventura».

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